Con
alegría me dirijo a todos vosotros con motivo de la fiesta de la Navidad.
Pensando en todas las familias de nuestra Diócesis de Huelva, con vuestras
alegrías y penas, con vuestros logros y necesidades, deseo acercarme a
vosotros, a través de este mensaje, para hacer resonar en vuestros corazones la
Buena Noticia del Nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. Todos necesitamos luz.
Luz para mirar horizontes más amplios que nos permitan salir de nuestros
círculos cerrados. Luz para disipar las oscuridades de nuestros prejuicios,
rencores y egoísmos, y lograr unas relaciones interpersonales más auténticas y
confiadas. Luz para aclarar nuestras dudas y, así, poder crecer en la fe. Esa
luz es Cristo.
Al
nacer Juan, el Bautista, su padre bendijo al Señor y profetizó que “por la entrañable misericordia de nuestro
Dios nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78). Anunció a Cristo,
el Hijo de Dios, enviado por el Padre, que venía a disipar las tinieblas de
nuestra vida y “guiar nuestros pasos por
el camino de la paz” (Lc 1, 79). Por la misericordia del Padre, Cristo
viene, como Sol, para darnos la mano en nuestras oscuridades.
La
Navidad es fiesta de luz, más que de luces. La luz que, en medio de la noche,
alumbró a los pastores que se pusieron en camino para contemplar al Mesías,
envuelto en pañales y recostado en un pesebre (cf. Lc 2, 12). Este encuentro
les llenó de alegría. Habían encontrado la luz que se hace camino.
Jesús
nos dijo: “Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn
8, 12). ¿Cómo acercarnos a esta luz? Escuchando la Palabra de Dios, celebrando
la Eucaristía, acogiendo la misericordia de nuestro Padre en el sacramento del
Perdón, buscando momentos de silencio para la oración… Vayamos, pues, al
encuentro de esta luz para que no nos perdamos ni quedemos ofuscados y
paralizados por nuestras sombras.
Deseo
que la presencia de Cristo en vuestras vidas y en vuestros hogares, os conceda
una Navidad luminosa y alegre en lo más profundo de vuestro corazón.
Estamos
llamados a difundir la luz. Quien recibe la luz de Dios, que es Amor, está
enviado a comunicar ese amor. Podemos leer en el Salmo 111: “En las tinieblas brilla como una luz el que
es justo, clemente y compasivo” (Sal 111, 4). En esta Navidad del Jubileo
de la Misericordia, uno de los objetivos fundamentales para este año es
practicar las obras de misericordia. Sí, visitemos más a los enfermos; seamos
generosos para que no falte lo necesario a los que tienen hambre y sed;
compartamos y, si nos es posible, demos trabajo a los parados; acojamos a los
inmigrantes, no los explotemos en su necesidad y colaboremos para que puedan
vivir con dignidad.
Ofrezcamos
palabras de consuelo a los que están tristes; con paciencia y confianza, demos
buen consejo a quien se sienta desorientado, sin juzgarlo, abriéndole camino,
incluso con una corrección amable que le estimule a crecer y a descubrir lo
mejor de sí mismo, sin separar nunca la verdad del amor; pensemos en los
encarcelados; perdonemos generosamente y aprendamos a comenzar de nuevo;
mostrémonos pacientes con los que nos puedan resultar molestos, no hagamos
crecer las tensiones; y oremos por todos, los vivos y los difuntos.
¿No
es éste el camino que nos ha enseñado Jesús, con su vida y sus palabras? Este
camino de la misericordia nos permitirá construir mejores personas, mejores
familias, y mejor sociedad.
Somos
hijos de la luz por nuestro Bautismo, vivamos, pues, como hijos de la luz en la
sinceridad y en la coherencia.
¡Feliz
Navidad a todos en la paz y la alegría del Señor!
+
José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva